El miedo es una de las emociones más básicas. Como especie, el miedo nos sirvió para sobrevivir y llegar hasta aquí. El miedo nos protege del peligro, nos alerta y prepara para que podamos defendernos. Pero, aunque ya no tenemos que enfrentarnos a felinos hambrientos ni a otros depredadores, hay personas que sienten el miedo cotidianamente y/o intensamente.
A veces, ocurre porque la persona conserva grabada
en el sótano de la mente una experiencia negativa-desagradable que tuvo en la
infancia y, en la actualidad, resurge el temor cuando está ante una situación
que su mente determina que es similar a la de su infancia (de pequeño los
compañeros de colegio se reían de él /ella); en otros casos no sabemos cómo se
originó (fobias a las serpientes); puede que el miedo lo viva en el trabajo ( miedo a no realizar la
tarea de forma óptima, miedo a ser despedido), etc. La mente puede imaginar mil
situaciones peligrosas posibles y despertar así la emoción del miedo.
Cuando aparezca el miedo puedes afrontarlo
de este modo:
No escapes. El miedo va acompañado de
sensaciones físicas, el corazón late más deprisa, puedes empezar a sudar, a
ponerte tenso y la primera reacción es no querer sentir lo que se está
sintiendo. La mente dice "hay que escapar de aquí". Pues bien, no
huyas, no intentes evitar tu emoción; quédate con ella. Miedo es una emoción
como otra cualquiera, recuerda, ¡ya no
hay leones sueltos!.
Reconoce lo que estás
sintiendo. Puedes
decirte "en este momento siento miedo", "ahora estoy atemorizado".
Cuando reconoces lo que estás sintiendo estás estableciendo una pequeña línea
de separación entre el miedo y tú. Estás estableciendo un espacio de libertad,
ya no necesitas reaccionar como otras veces, ahora puedes pararte, respirar y
hacerte amigo de tu miedo.
Acepta lo que estás
sintiendo. Observa
como un investigador curioso las sensaciones que tienes. No luches contra
ellas. Acepta que sudas, que tu corazón late muy deprisa, etc. No intentes
sentir otra cosa distinta a la que estás sintiendo.
Respira. Quédate dónde estés, o busca un
lugar dónde sentarte en los alrededores, y comienza a hacer respiraciones,
inhalando y exhalando por la nariz. Sé
que es un momento difícil, pero no tienes que huir, puedes permanecer ahí,
respirando. Centra tu atención en la respiración o, si prefieres, centra tu
atención en tus pies, apóyalos bien en el suelo (estés sentado o de pie) y
enfócate en sentir las plantas de los pies totalmente apoyadas en el suelo,
dirige tu atención a los dedos de los pies, a observar el contacto de unos
dedos con otros, a observar si percibes alguna sensación en los dedos: roce,
humedad, calor, tirantez o cualquier otra o, simplemente, no tienes ninguna
sensación; continúa observando el empeine del pie, el talón, respira y observa
tus pies hasta que te sientas más aplacado.
Sé amable y
benevolente contigo. Sigue
respirando observa que es tu mente la
que está inventando escenarios difíciles y peligrosos. Tienes una emoción
difícil, te sientes mal, no te juzgues ni te critiques por ello, y dirige de
nuevo tu atención a la respiración.
Sabes que pasará, no
te olvides.
Todo es impermanente en la vida, todo pasa; los buenos y los malos momentos. No
te olvides de ello cuando estés sintiendo miedo. El miedo también pasa, se
queda contigo y después se va. Permite que venga y vaya sin sumergirte en él.
Obsérvalo como un nubarrón que pasa.
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