domingo, 22 de febrero de 2015

ACEPTANDO QUE LO QUE ES, ES COMO ES

El ser humano se rige por el principio del placer, queremos que lo que nos agrada dure eternamente y rechazamos cualquier cosa que nos desagrade, intentando que desaparezca de nuestra vista lo antes posible. El luchar para que lo que nos provoca sensaciones displacenteras se desvanezca, sólo hace que se prolongue en el tiempo y aumenten nuestras sensaciones de desagrado, rechazo, incluso de ansiedad y tristeza.

Aceptando  que tanto lo agradable como lo desagradable forman parte de la vida, aceptando que tanto lo uno como lo otro son finitos y terminaran por desaparecer; en definitiva, aceptando que lo que es, es como es, podremos vivir con más calma aquello que nos toque vivir.

He aquí una historia que William Segal relata en uno de sus libros:


Habla de un rey que tenía tres hijos. El primero era muy atractivo y popular. Cuando cumplió los 21 años, su padre le construyó un palacio en la ciudad. El segundo hijo era inteligente y también muy popular. Cuando cumplió los 21 años, su padre también mandó edificar para él un palacio en la ciudad. El tercer hijo ni guapo ni inteligente, era hostil y poco popular. Cuando cumplió los 21 años los consejeros del rey se pronunciaron "Ya no hay más lugar en la ciudad. Levante un palacio en las afueras para su hijo. Puede construirlo de modo que sea recio. Puede enviar a algunos de sus soldados para evitar que sea atacado por los bandidos que viven en el exterior de los muros de la ciudad". De modo que el rey así lo hizo, el palacio se levantó a las afueras de la ciudad y envió algunos de sus soldados para protegerlo.

Un año más tarde el hijo envió un mensaje a su padre  "No puedo vivir aquí, los rufianes son demasiado fuertes". Los consejeros de nuevo asesoraron al rey: "Construyamos otro palacio más grande y más fuerte, que se sitúe a 20 millas de distancia de la ciudad y de los rufianes. Con más soldados, será muy fácil resistir los ataques de las tribus nómadas que pasan por allí". De modo que el rey construyó el palacio y envió a 100 de sus soldados a protegerlo.

Un año después llegó un mensaje del hijo: "No puedo vivir aquí. Las tribus son demasiado fuertes". Así que los consejeros pensaron: "Construyamos un castillo, una enorme fortaleza,  a 100 millas de distancia. Será lo suficiente grande para albergar a 500 soldados y lo bastante recio como  para soportar los ataques de quienes viven en la zona de la frontera". Y de nuevo el rey lo hizo tal y como los consejeros habían pensado.
Pero un año más tarde, el hijo envió otro mensaje al rey: "Padre, los ataques de las tribus vecinas son demasiado fuertes. Nos han atacado dos veces y si lo hacen una tercera, temo por mi vida y por la vida de tus soldados".

Esta vez el rey reunió a sus consejeros y les dijo: "Dejémosle venir a casa y que viva en palacio conmigo. Porque es mejor que aprenda a amar a mi hijo que gastar toda la energía y recursos de mi reino manteniéndole en la distancia".

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