El ser humano se rige por el
principio del placer, queremos que lo que nos agrada dure eternamente y
rechazamos cualquier cosa que nos desagrade, intentando que desaparezca de
nuestra vista lo antes posible. El luchar para que lo que nos provoca
sensaciones displacenteras se desvanezca, sólo hace que se prolongue en el
tiempo y aumenten nuestras sensaciones de desagrado, rechazo, incluso de
ansiedad y tristeza.
Aceptando que tanto lo agradable como lo desagradable
forman parte de la vida, aceptando que tanto lo uno como lo otro son finitos y
terminaran por desaparecer; en definitiva, aceptando que lo que es, es como es,
podremos vivir con más calma aquello que nos toque vivir.
He aquí una historia que William
Segal relata en uno de sus libros:
Habla de un rey que tenía tres
hijos. El primero era muy atractivo y popular. Cuando cumplió los 21 años, su
padre le construyó un palacio en la ciudad. El segundo hijo era inteligente y
también muy popular. Cuando cumplió los 21 años, su padre también mandó
edificar para él un palacio en la ciudad. El tercer hijo ni guapo ni
inteligente, era hostil y poco popular. Cuando cumplió los 21 años los
consejeros del rey se pronunciaron "Ya no hay más lugar en la ciudad.
Levante un palacio en las afueras para su hijo. Puede construirlo de modo que
sea recio. Puede enviar a algunos de sus soldados para evitar que sea atacado
por los bandidos que viven en el exterior de los muros de la ciudad". De
modo que el rey así lo hizo, el palacio se levantó a las afueras de la ciudad y
envió algunos de sus soldados para protegerlo.
Un año más tarde el hijo envió un
mensaje a su padre "No puedo vivir
aquí, los rufianes son demasiado fuertes". Los consejeros de nuevo
asesoraron al rey: "Construyamos otro palacio más grande y más fuerte, que
se sitúe a 20 millas de distancia de la ciudad y de los rufianes. Con más
soldados, será muy fácil resistir los ataques de las tribus nómadas que pasan
por allí". De modo que el rey construyó el palacio y envió a 100 de sus
soldados a protegerlo.
Un año después llegó un mensaje del
hijo: "No puedo vivir aquí. Las tribus son demasiado fuertes". Así
que los consejeros pensaron: "Construyamos un castillo, una enorme
fortaleza, a 100 millas de distancia.
Será lo suficiente grande para albergar a 500 soldados y lo bastante recio
como para soportar los ataques de
quienes viven en la zona de la frontera". Y de nuevo el rey lo hizo tal y
como los consejeros habían pensado.
Pero un año más tarde, el hijo
envió otro mensaje al rey: "Padre, los ataques de las tribus vecinas son
demasiado fuertes. Nos han atacado dos veces y si lo hacen una tercera, temo
por mi vida y por la vida de tus soldados".
Esta vez el rey reunió a
sus consejeros y les dijo: "Dejémosle venir a casa y que viva en palacio
conmigo. Porque es mejor que aprenda a amar a mi hijo que gastar toda la
energía y recursos de mi reino manteniéndole en la distancia".
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