Hay un centro
de quietud dentro, que tiene que ser conocido y celebrado. Si se pierde ese centro, uno se encuentra en tensión y
comienza a desmoronarse.
Joseph Campbell. El poder
del mito
Hay días, muchos, en los que la
lista de innumerables tareas que hemos confeccionado nos sobrecoge; según se
desarrolla el día y por mucho que corramos no llegamos ni a la mitad de lo
proyectado; en otros además acontecen imprevistos que hacen aún más imposible
alcanzar nuestros objetivos.
A medida que pasan las horas nos vamos sintiendo
peor, quizá nuestro estómago sienta un pellizco enorme, quizá los músculos del
cuello se estén contrayendo y el pulso acelerando; la tensión crece, aparecen los dolores de cabeza, también el
dolor de estómago y nos sentimos sobrecogidos y abatidos, o bien, enfadados e
irritables.
¿Qué ha pasado? Hemos ido
corriendo tras objetivos poco realistas y poco a poco hemos perdido nuestro
centro, hemos perdido la capacidad de pararnos y tomar perspectiva y en un
momento dado podemos sentir que nos estamos desmoronando... que no podemos más.
¿Qué podemos hacer para restaurar
nuestro equilibrio y volver a centrarnos?
1. Parar y darnos un respiro.
Literalmente es eso. Podemos dejar de correr, dejar de hacer una cosa tras otra sin
descanso, y permanecer de pie o sentados centrándonos en nuestra respiración.
Respirando a nuestro propio ritmo y poco a poco favoreciendo que la inhalación
y la exhalación se hagan más lentas y profundas. Invitando a la mente a que se
centre en la respiración, invitándola a que observe cómo el pecho se mueve con
la respiración y también invitándola a que observe cómo se mueve el abdomen con
la respiración. Esta pausa podemos hacerla durante tres minutos (un pequeño
respiro), quizá en los inicios podemos concedernos 1 minuto nada más y
practicarla más veces hasta que nos sintamos cómodos y podamos permanecer con
nuestra respiración unos pocos minutos.
2. Calmar nuestra mente. Cuando
observemos que nuestra mente se alborota y empieza su discurso negativo que se
convierte en un bucle de desánimo "así no te va a dar tiempo a hacer esto
o aquello" " nunca logras hacer lo que te propones" "aún te
quedan 10 cosas por hacer y ya está llegando la noche" lo mejor que
podemos hacer para que nuestra mente no nos arrastre a ese lugar tenebroso al
que habitualmente nos conduce, es calmarla. Podemos utilizar una frase
afirmativa y con peso como "yo ahora decido estar en calma".
Utilizando esta frase repetidamente, con total convicción de que queremos estar
en calma, poco a poco la presión de nuestra mente inquieta va disminuyendo y
logramos paulatinamente reducir el torbellino.
3. Tener pensamientos realistas.
Habitualmente, cuando estamos sumidos en el estrés diario, nuestra mente, que
no para, empieza a advertirnos de todas las calamidades que pueden acontecer
"si no termino esta tarea hoy, mañana no podré entregar el informe a
tiempo, y seguro que eso es un buen motivo para que en la próxima
reestructuración me echen a la calle" " si no sé cómo resolver el
enfado de mi niño ahora, cuando pasen unos años no podré hacer nada con
él". Esos pensamientos no están basados en una realidad sino en nuestros
temores y miedos y generan más miedo y desequilibrio.
Si aprendemos a hablarnos
de forma realista podemos aprender a conservar cierta calma en medio de la
tempestad: "hoy estoy muy nerviosa, y veo todo más duro de lo que
es", "ahora mismo me siento desbordado pero esta sensación pasará
dentro de un rato", "ya estoy imaginando cosas desagradables"...
Podemos practicar cualquiera de
las tres opciones e incluso las tres, en cualquier lugar, en cualquier
circunstancia, necesitamos muy pocos minutos para observar sus efectos
beneficiosos.
Cuando logramos volver a nuestro
centro, restauramos nuestro equilibrio, nos relacionamos con los demás más
fácilmente, trabajamos más eficientemente y nos encontramos físicamente mejor.
No permitas que las circunstancias externas te descentren!!!, intenta
mantenerte en tu centro por mucho que arrecien tempestades.
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