Los
días soleados, generalmente, nos parecen maravillosos, nos infunden vitalidad y alegría. ¡Queremos que haga sol
siempre!, pero también existen los días nublados y grises, los ventosos, los
helados y a pesar de que pueden no gustarnos, ahí están. Todos ellos son reales, de nada vale que
protestemos, no van a desaparecer. Podemos vivir un día maravilloso si en vez
de pelearnos con la climatología utilizamos el día para hacer lo que queremos
hacer, para experimentar lo que la vida nos ofrece en ese preciso momento.
Aceptando que el día viene como viene y no como queremos que venga, podemos
disfrutar de la experiencia de vivir.
Y esta forma de experimentar
nuestro día a día se extiende a todos los aspectos de nuestra existencia. Desde
que nacemos vamos en busca del placer o de la felicidad y huimos del dolor. Queremos
que dure para siempre aquello que nos hace sentirnos bien y que desaparezca aquello
que nos disgusta.
La vida se compone de infinitos
momentos, y, como los días, algunos muy alegres, otros más anodinos y hay otros
en los que experimentamos tristeza, dolor, angustia, etc.
Para vivir con bienestar, para vivir
serenamente, la clave radica en aceptar. Aceptemos que el placer llega y
aceptemos que habrá un momento en el que desaparecerá, de forma natural, como las olas del mar que
llegan a la orilla para después retroceder. Podemos también aprender a aceptar
el dolor, con todos sus matices ya que por mucho que nos esforcemos en huir del
dolor, este aparecerá en nuestra vida. Abrazando nuestro dolor, dándole la
bienvenida, aceptando que está ahí, podemos lograr la calma suficiente para
vivir con serenidad lo que nos toca vivir.
Aprendamos a no ofrecer resistencia al dolor, aceptémoslo como aceptamos
los días nublados, sabiendo que aunque no nos permitan ver el cielo, el cielo
siempre está ahí.
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