Tenemos una mente caviladora. Pasamos mucho tiempo
recordando acontecimientos pasados, volviendo a sentir ese dolor que ya experimentamos en su día. También
pasamos mucho tiempo imaginando el futuro, según nuestras experiencias previas, temiendo un desenlace poco grato. Entre
recordar el pasado e imaginar el futuro, vivimos en zozobra y perdemos el único
momento que podemos vivir: el ahora.
Practicando Mindfulness nos vamos liberando paulatinamente
de la prisión que significan el pasado y el futuro. Basta con enfocarnos en la
experiencia del momento presente, con total intención. Aprendiendo a vivir el
presente y a permitir que el presente sea como es, sin intentar atrapar hasta
la eternidad los momentos gratos y sin rechazar hasta sentir temor los momentos
ingratos, podemos vivir en calma y armonía.
Nuestras vidas están llenas de acontecimientos, situaciones
que pueden provocarnos dolor pero realmente lo que más nos daña es la forma en
la que nuestra mente las piensa una y otra vez.
He aquí un cuento zen que lo describe:
Dos monjes zen iban caminando por un bello paraje camino del monasterio
cuando oyeron unos sollozos que provenían de una hermosa joven que estaba
arrodillada a la orilla del río.
Uno de los monjes le preguntó que le sucedía. La joven
lloraba porque necesitaba cruzar el río para asistir a su madre enferma, pero
el río estaba tan crecido que no se atrevía.
El monje más anciano no
lo dudó, la levantó sobre sus hombros, vadeó el río y la pasó a la otra orilla.
La mujer se inclinó en señal de
agradecimiento. El monje le trasmitió sus deseos de que llegara a tiempo de
atender a su madre. La mujer corrió camino a la aldea y los monjes retomaron el
suyo, aún quedaban muchas horas para llegar al monasterio.
Los monjes siguieron
caminando en silencio, y cuando ya el monasterio se divisaba en la lejanía, el
monje joven dijo:
-
Maestro, aún a pesar de nuestro voto
de castidad cogió a esa mujer y la llevó
encima mientras atravesaba el río.
A lo que el viejo monje
respondió sonriendo:
-
Sí,
yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás
cargando...
Aceptando lo que nos ocurre sin aferrarnos a ello, aceptando
que hay cosas que nos agradan y otras no, aceptando que nada es eterno y por
tanto todo acaba en un momento dado para dar lugar al inicio de un nuevo
proceso, aceptando el continuo fluir de los acontecimientos, de los
pensamientos, emociones y sensaciones vamos soltando lastre y alcanzando una
cotas más elevadas de paz.
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